Orígenes del Perro
¿Amigo fiel o parásito?
Científicos indagan sobre los orígenes del perro
OXFORD, Inglaterra — Antes de que los seres humanos ordeñaran vacas, pastorearan cabras o criaran cerdos, antes de que inventaran la agricultura o la escritura, antes de que tuvieran hogares permanentes y, por supuesto, antes de que tuvieran gatos, tuvieron perros.
O los perros tuvieron a los humanos, dependiendo del lugar desde el que se mire la dinámica entre humanos y canes. Pero algunos científicos todavía debaten acerca del lugar y el momento exactos en que se originó ese vínculo. La Universidad de Oxford dirige un nuevo estudio de gran amplitud que cuenta con colaboradores en todo el mundo y del que se espera que pronto ofrezca algunas respuestas.
Los científicos han propuesto diversas opciones sobre los orígenes de los perros. Para empezar, los investigadores están de acuerdo en que evolucionaron a partir de los antiguos lobos. Alguna vez existió entre los científicos la teoría de que un cazador-recolector visionario capturó un lobo cachorro de su madriguera y comenzó a criar lobos cada vez más mansos, así marcó los primeros pasos del largo camino que ha desembocado en las correas y los collares antipulgas. Por supuesto, esta explicación es demasiado simple pero, en esencia, la idea es que las personas se dedicaron a criar lobos para convertirlos en perros. Igual que ahora crían perros para que sean pequeños o grandes, o para ser pastores de ovejas.
La opinión científica prevalente es que esa historia no resiste. Es difícil domesticar un lobo, aunque sea cachorro, así que muchos investigadores consideran que hay muchas más posibilidades de que, en efecto, los perros se hayan inventado a sí mismos.
Imaginemos una manada de lobos antiguos poco tímidos cerca de un grupo de cazadores nómadas. Los lobos consumían los restos de las presas de los cazadores. Evolucionaron cerca de los asentamientos humanos y se volvieron cada vez más mansos, además de producir una descendencia abundante porque era relativamente fácil conseguir comida. Llegado el momento, el lobo se convirtió en ese pillo que no para de mover la cola y ahora llamamos el mejor amigo del hombre.
Algunos investigadores cuestionan que los perros experimenten sentimientos como amor y lealtad. Se preguntan si el comportamiento de los perros se explica como una evolución de su propio instinto. Es más fácil sobrevivir como un parásito que tener que cazar alces. Raymond Coppinger, profesor emérito de biología en Hampshire College, subrayó en su conocido libro “Dogs”, publicado en 2001, que “mejor amigo” no es una “definición ecológica”. Escribió que “el perro doméstico quizá evolucionó para convertirse en un parásito”.
Los investigadores también señalan que de los mil millones de perros que se calcula hay en el mundo, solo una cuarta parte son mascotas. La gran mayoría de los perros corren con toda libertad por los pueblos, encuentran comida entre la basura, esperan que alguien les regale algo y, además, ocasionan decenas de miles de muertes humanas cada año por la rabia.
Suelen ser amistosos, pero no necesariamente los mejores amigos.
Los perros modernos son muy diferentes de los lobos modernos. Comen sin problemas enfrente de las personas, los lobos no. Sus cráneos son más anchos y sus hocicos más cortos. No viven en manada cuando están solos. Algunos científicos se burlan de las estrategias de entrenamiento canino que requieren que el humano se comporte como el líder de la manada.
Los lobos forman parejas estables y los papás lobo ayudan con los pequeños mientras que los perros son totalmente promiscuos y a los machos no les importa su descendencia. Sin embargo, es fácil que perros y lobos se crucen y algunos científicos ni siquiera están convencidos de que sean especies distintas. Este escepticismo es una muestra del debate científico sobre cómo debe definirse una especie o en qué medida la categoría es un hecho de la naturaleza y no una línea arbitraria que pintamos los seres humanos.
Rastrear el origen
Si las divisiones actuales entre las especies son turbias, en el pasado hay mucha más oscuridad. Existe un consenso generalizado entre los científicos sobre las pruebas de que los perros se domesticaron hace unos 15.000 años. Hace 14.000 años, la gente ya enterraba perros, algunas veces junto a seres humanos. Pero algunos biólogos sugieren, a partir de pruebas de ADN y la forma de cráneos antiguos, que los humanos comenzaron a domesticar perros hace más de 30.000 años.
En cuanto al lugar en que ocurrió este proceso, algunos investigadores que estudian el ADN de perros y lobos (en su mayoría de fuentes modernas, aunque sí se tienen fuentes antiguas) han sostenido en años recientes que los perros se originaron en el este de Asia, Mongolia, Siberia, Europa y África.
Uno de los motivos por los que existen diferentes teorías, según Greger Larson, biólogo del departamento de Arqueología de la Universidad de Oxford, es porque la genética de los perros es un enredo. En una entrevista realizada en su oficina en noviembre, enfatizó que la mayoría de las razas de perros se inventaron en el siglo XIX, en lo que él llama “el torbellino de mezclas por el loco frenesí de la cría de perros en la época victoriana europea”.
Esas mezclas, además de la reproducción aleatoria de los propios perros y el cruce con lobos en diferentes momentos de los últimos 15.000 años crearon un “caldo” en la genética de los perros que hace difícil identificar sus ingredientes.
Larson está convencido de que para encontrar la receta es necesario crear una gran base de datos sobre ADN antiguo y combinarla con los datos de la genética canina moderna. Junto con su colega, Keith Dobney, de la Universidad de Aberdeen, convenció a los investigadores más influyentes para que se unieran a un proyecto amplio, con financiamiento de unos 2,5 millones de dólares del Natural Environment Research Council de Inglaterra y el European Research Council, cuyo objetivo es analizar huesos antiguos y su ADN.
Robert Wayne, especialista en biología evolutiva de UCLA que estudia el origen de los perros y es parte de la investigación, indicó que “prácticamente todas las personas que trabajan en el área de genética canina están participando en ese proyecto”.
Para Wayne eso ya supone un triunfo. “Casi todos los grupos tienen una hipótesis diferente acerca del origen”.
Pero Larson convenció a todos de una idea sencilla: cuantos más datos tengan, mientras más cooperen entre sí, mejores serán las respuestas. Su personalidad ha sido un factor esencial para promover el trabajo en equipo, dijo Wayne, quien describió a Larson como “muy desenvuelto y sociable”. Añadió que, además, “ha logrado involucrar a todos”.
Los científicos de museos y universidades que participan en este proyecto han dado acceso a sus colecciones. Así que Larson y su equipo de Oxford han viajado por todo el mundo para recopilar datos, tomar muestras diminutas de huesos y medidas de dientes, mandíbulas y algunas veces cráneos casi completos de perros, lobos y cánidos antiguos y recientes. Casi ha concluido la fase de recopilación, según Larson, que espera tener al final el ADN de unas 1500 muestras, y fotografías y medidas detalladas de varios miles.
Este año comenzarán a publicarse artículos científicos sobre este trabajo en Oxford y otras instituciones.
Larson apuesta por que el proyecto podrá determinar si el proceso de domesticación ocurrió hace unos 15.000 o 30.000 años, y en qué región.
No será la fecha, ubicación geosatelital o nombre del cazador antiguo que quisieran algunos amantes de los perros. Pero será un logro importante en el mundo de la ciencia canina y un punto de referencia en el análisis de ADN antiguo para mostrar evolución, migraciones y descendencia. Lo hará de la misma manera de la que estudios del ADN de homínidos antiguos han mostrado la forma en que los humanos de la antigüedad poblaron el globo y se mezclaron con los neandertales.
Pero ¿por qué es importante saber cómo fueron domesticados los perros más allá del interés, o casi obsesión, de muchas personas por sus mascotas?
Porque el nacimiento de los perros puede haber sido un parteaguas.
“Quizá la domesticación del perro dispara de alguna forma un cambio en la forma en que los seres humanos se relacionan e interactúan con su ambiente”, agregó. “No creo que sea disparatado”.
Curiosidad y disposición
Es normal para Larson tratar con puntos de vista que varían mucho. Es estadounidense, pero hace poco se convirtió también en ciudadano británico. Sus padres son estadounidenses y visitaba Estados Unidos con regularidad cuando era niño, pero nació en Baréin y creció en Turquía y Japón, donde sus padres trabajaron como maestros de escuela en bases militares estadounidenses.
Se graduó en Claremont McKenna College en California y recibió su título de doctorado de Oxford. Entre la preparatoria y la universidad pasó un año buscando el cauce de un antiguo río en Turkmenistán y otros dos años estableciendo una empresa de consultoría ambiental en Azerbaiyán. En sus años universitarios mostró interés por la ciencia y cursó estudios ambientales, de economía y política, pero no había decidido qué camino profesional tomar. Su carrera se desarrolló a partir de su intensa curiosidad, su habilidad para hacer amigos y su total disposición para aprovechar cada oportunidad.
En una ocasión logró unirse a una excavación arqueológica.
Estaba en Ashgabat, Turkmenistán, y un hombre que le había ayudado a rentar un viejo vehículo soviético para explorar el desierto le comentó que iban a llegar unos occidentales para una excavación. Se las ingenió para conseguir un lugar en uno de los vehículos.
“Creo que todos pensaron que iba con alguien más”, dijo Larson.
Para cuando el grupo se detuvo a descansar y alguien le preguntó quién era, era demasiado tarde para preguntar si en realidad debía estar ahí. “Fui todo un intruso”, aclaró.
Pero podía mover tierra y hablar ruso, y contaba con algunas habilidades adquiridas en la universidad —como los juegos al beber— muy valoradas por las noches. Según relata, tuvo suerte porque los investigadores que iban a la excavación eran “personalidades importantes en la arqueología neolítica británica”. Entre ellos estaba Chris Gosden, el director del departamento de Arqueología Europea en Oxford que más tarde lo invitó a cursar una maestría de un año en la facultad de Arqueología de Oxford. Eso lo condujo al programa de doctorado después de trabajar en Estados Unidos.
La idea del proyecto actual surgió porque se hartó de no encontrar pruebas sobre ADN antiguo en los artículos relacionados con el origen de los perros. Se comunicó en 2011 con el Dr. Dobney, de la Universidad de Aberdeen, y sentenció: “Vamos a concentrarnos en los perros”.
Después de recibir los fondos de Inglaterra, organizó junto con Dobney una conferencia en Aberdeen, Escocia. Reunió a todos los investigadores especializados en el origen de los perros que pudo. Argumentó ante el grupo que, a pesar de que tenían diferentes puntos de vista, a todos les interesaba contar con los mejores datos posibles, independientemente de las conclusiones a las que condujeran.
“Si tenemos que mordernos la lengua, pues nos la morderemos”, reconoció. “Así es la ciencia”.
Un cráneo de 32.000 años
Mietje Germonpré, paleontóloga del Royal Belgian Institute of Natural Sciences, está entre los científicos que participan en el proyecto de los perros. Está entre los muchos autores de un artículo publicado en 2013 en Science que identificaron el cráneo de uno de los primeros perros, de unos 32.000 años de antigüedad, recuperado en una cueva belga en Goyet. Wayne, que trabaja en UCLA, fue autor sénior de ese artículo y Olaf Thalmann, de la Universidad de Turku en Finlandia, fue el primer autor.
En el proyecto sobre perros de Larson suele suceder que, aunque él estuvo en desacuerdo con la mayoría de los hallazgos del artículo —pues sostiene que no había evidencia suficiente para decir que el cráneo de Goyet era un perro—, todos los autores del artículo trabajan en el proyecto grande con él.
En noviembre, en Bruselas, y con el valioso fósil en las manos, Germonpré señaló que el cráneo antiguo era ancho, con dientes apiñonados y hocico corto. Y que todas estas características le indican que no se trata de un lobo.
“A mí me parece que es un perro”, señaló.
Estudios del ADN mitocondrial, que se transmite solo a través de las hembras, también indicaron que el cráneo no pertenecía a un lobo, según el artículo de 2013.
Germonpré cree que los humanos domesticaron a los perros tiempo antes de que muriera este ejemplar y se inclina a pensar que los humanos los criaron deliberadamente a partir de los lobos.
Tiene otra prueba: la reconstrucción del cráneo de un cánido de unos 30.000 años de antigüedad que se encontró cerca de Predmostí, en la República Checa, con un hueso en la boca. Sostiene que el hueso es parte de la prueba de que se enterró a este animal con cuidado. “Creemos que se colocó ahí deliberadamente”, concluyó.
Pero reconoce que estas afirmaciones son controvertidas y está dispuesta, al igual que el resto de las personas involucradas en la ciencia canina, a tomar el riesgo de dañar los fósiles, si haciéndolo es posible obtener más información del ADN mitocondrial y del nuclear.
Para reducir ese riesgo al mínimo, dialogó con Ardern Hulme-Beaman, investigador posdoctoral en el equipo de Oxford, para decidir juntos dónde cortar. Se acercaba el final de meses de viajes a Rusia, Turquía, Estados Unidos y toda Europa para tomar muestras de cráneos y mandíbulas de cánidos.
Junto con Allowyn Evin, que ahora trabaja para el Centro Nacional de Investigación Científica en Montpellier, Francia, también tomó muchas fotografías de cada mandíbula y cráneo para aplicar morfometría geométrica. Con el software se procesan fotografías detalladas de todos los ángulos y se recrea un modelo en tercera dimensión que puede dar mucha más información acerca de la forma de un hueso que las habituales medidas bidimensionales de largo y ancho.
Germonpré y Hulme-Beaman convinieron en cortar sobre un punto en el interior del cráneo. En el laboratorio, Hulme-Beaman utilizó un pequeño taladro eléctrico con una navaja de corte para retirar una porción del tamaño de un pedazo de nuez picada. Se desprendió un olor acre a quemado, lo cual indicó que el material orgánico estaba intacto dentro del hueso; eso es una buena señal en cuanto a las posibilidades de recuperar ADN.
De regreso en Oxford, los investigadores intentarán utilizar las técnicas más actuales para obtener la mayor cantidad posible de ADN de la muestra. No hay un fragmento de código que diga “lobo” o “perro”, al igual que no hay una sola característica del cráneo que defina una categoría. Lo que intentan establecer los genetistas es cuán diferente es el ADN de un animal con respecto a otro. Al añadir ADN antiguo se tienen muchos más puntos de referencia.
Larson espera poder identificar en algunos lobos antiguos una sección de ADN que se haya transmitido a descendientes más parecidos a los perros y, por último, a los perros modernos. También espera poder identificar cambios en los cráneos o mandíbulas de esos lobos que muestren modificaciones hacia formas más parecidas a los perros, y que eso ayude a establecer un periodo más estrecho para el origen de la domesticación.
La suposición usual sobre los animales domésticos es que el proceso de domesticación y crianza ocurrió de una sola vez. Pero no necesariamente ocurrió así. Larson y Dobney demostraron que a los cerdos se les domesticó en dos ocasiones, una en Anatolia y una en China. Puede haber ocurrido lo mismo con los perros.
Solo el principio
Aunque casi terminaron la recolección de huesos antiguos, Larson todavía se encuentra en negociaciones con investigadores chinos para obtener muestras de esa parte del mundo. Son necesarias. Tiene esperanzas de lograrlo.
Si todo sale bien, declaró Larson, el proyecto publicará un artículo muy importante en el que todos los participantes describirán sus hallazgos generales. Y en los siguientes dos años todos los investigadores seguirán utilizando los datos comunes para continuar con la publicación de sus hallazgos individuales.
No es la única iniciativa en marcha. Wayne, en UCLA, explicó que se estaba formando un grupo en China con el objetivo de secuenciar 10.000 genomas de perros. Tanto él como Larson forman parte de ese grupo.
Larson está emocionado por la cantidad de datos recabados. Todavía no está listo para hablar acerca de las conclusiones de esos datos o cuán significativas serán.
Pero está cada vez más seguro de que encontrarán lo que quieren y que tendrán más posibilidades de responder la espinosa pregunta de en qué momento y en qué lugar el poder despedazador de la mandíbula del lobo dio paso por primera vez a la persuasiva fuerza del toque de la nariz fría del perro.
“Estoy empezando a creerme mi propio cuento”, concluyó.
Articulo extraido: The New York Time