Perros en las Religiones III
San Guinefort – El Galgo Santo
La historia, consignada por Esteban de Borbón hacia 1250, es en esencia como sigue:
Un día, el dueño de Guinefort, que era un caballero que vivía en un castillo en Villars-les-Dombes, lo dejó con su hijo de pocos meses. Cuando regresó el caballero, vio sangre en el hocico del perro, e inmediatamente lo mató.
Luego se percató de que su hijo estaba vivo, y entonces encontró a su lado una serpiente muerta.
El caballero, arrepentido, le hizo al perro una tumba cubierta de piedras y con plantas alrededor.
Después, considerado Guinefort como un santo que protegía a los niños, el emplazamiento de la tumba se convirtió en lugar de devoción.
La historia de aquel galgo corrió como la pólvora sobre las localidades cercanas y muchos campesinos comenzaron a acudir a la tumba de Guinefort. Cada día iban más personas en peregrinaje pues los lugareños comenzaron a considerar a aquel perro como santo y mártir. Además muchas personas afirmaban que aún en su tumba el bonito galgo continuaba haciendo el bien en forma de milagros, sobre todo de curación de niños enfermos que acudían con sus padres a la tumba en busca de esperanza y salud. El lugar, la continua peregrinación y la propia historia llegaron a oídos de las más altas autoridades del Vaticano, que si bien, tras unos estudios realizados que daban credibilidad a algunos de los milagros atribuidos a Guinefort, exigieron poco después la prohibición del culto a aquel perro. Cuestión ésta acrecentada con la llegada de la Inquisición que consideraba herejía adorar a un animal y mandó exhumar los restos del perro y quemarlos para que fuera olvidado para siempre.
Pero en el corazón de los lugareños, siempre habría sitio para aquel buen animal, y la historia y el culto se fueron trasladando de padres a hijos en secreto hasta bien entrado el siglo XX, más de setecientos años después de los hechos.
Su festividad era el 22 de agosto. Su culto persistió hasta 1930. No olviden su oración, “Sant Guinefort, protégenos de los idiotas y las serpientes malvadas”.
La Iglesia nunca canonizó a Guinefort porque los perros no tienen alma inmortal y no pueden ser santos.